miércoles, 6 de octubre de 2010

En el tiempo

Un día me desperté sobresaltada al oír que me llamaban. Una voz apremiante insistía en que me levantara para dictarme una canción, y mientras la escribía me di cuenta de que también tenía melodía. Y así seguí, levantándome a escribir las canciones y cantándolas durante el día mientras hacía el trabajo de la casa.
Nada me era más preciado que esos instantes de comunión con Dios, ese alguien que sentía pero que no veía. Mi Dios me aconsejaba, me consolaba, me llenaba de paz, me hablaba como si fuera una niña y cuando yo no entendía me volvía a explicar con ejemplos más fáciles.
Una madrugada muy temprano abrí los ojos cuando los gallos comenzaban a cantar y percibí que podía entenderlos. Oía con claridad y comprendía lo que cantaban. Ese quiquiriquí daba glorias a Dios. Uno lo decía y los otros lo repetían sin cesar. Durante horas oí ese canto, tan distinto a otros cantos, y cuando se incorporaron los pajaritos el alboroto era tan grande que me pareció imposible que nadie le prestara atención.
¿Qué me pasaba?, ¿por qué mi entorno parecía tan vivo?, ¿cómo podía percibir las cosas con tanta claridad?... ¿cómo podía saber que esa presencia consoladora estaba allí, conmigo?
Yo no sabía qué podía hacer con todo eso porque El Señor deseaba que diera testimonio, que llevara a la iglesia las canciones que me daba, que las cantara, que lo adorara, que se oyeran sus alabanzas, que le dijéramos lo que Ël quería. Y su orden era apremiante. Cuando el grupo de alabanza cantaba, Él me ordenaba cantar. Se me ocurrió grabar las canciones para los muchachos y así complacerlo, pero Ël no estaba conforme. Yo me sentía tan inquieta por no saber hacerlo que quería dejarlo de lado y continuar mi vida, pero no me lo permitió. Recuerdo que le dije: Padre, no quiero hacer el ridículo... en la iglesia he oído de hermanos que te conocen desde pequeños que Tú llamas a los adoradores jóvenes... fíjate que estoy vieja, que ya no tengo el vigor de la juventud, yo no sirvo para ésto. Y Ël me amonestó: "Sé los años que tienes. Yo te los dí. Te he llamado en tus mejores años, escucha y aprende. En la hermosura de la santidad, te doy eterna juventud".
-Señor, no soy fuerte, soy una pequeña mujer indefensa y frágil.
-Eres la más fuerte de mis hijas.
Entonces puso en mi mano una enorme espada que no pesaba. Y cubrió mi cuerpo hasta las rodillas con una armadura plateada, botas en mis pies y casco en la cabeza.
-Alza tu espada, dijo. Voy delante de tí
Tuve el discernimiento para saber que estaba vestida con la armadura de la alabanza; que la alabanza cantada es la gran espada alzada al cielo que rompe todas las barreras, que abre todas las puertas para que se derramen las bendiciones.
Así, empecé a hablar pero no me creían. Era sólo historias, emociones... imaginación...

2 comentarios:

  1. Mi querida Susana, cuando una persona despierta a la luz, sea de la religión que sea, le suceden esas cosas y más, muchas más. ¿Sólo historias, emociones, imaginación? jajajaaa...

    Muy bello relato. Hermosísimo...

    Un abrazo de mi Ser a tu Ser.

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  2. Estimada Delia, gracias por haber dispuesto tu tiempo para leer y comentar. Un abrazo.

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